A
las doce del mediodía del 15 de agosto de 1945 el emperador Hirohito se
dirigía a todos sus compatriotas mediante un mensaje de radio en el que
anunciaba oficialmente la rendición de Japón. Fue el momento exacto en
el que se ordenó el cese de las hostilidades en lo que ha sido la mayor
confrontación bélica de la Historia. Aunque el final efectivo tardaría
aún un par de semanas en llegar con la firma formal del Acta de
Rendición a bordo del USS Missouri, las órdenes estaban claras: la
Segunda Guerra Mundial había terminado y todas las fuerzas japonesas
debían rendirse.
Aquella orden del Emperador cortó de raíz todas las misiones militares en curso, incluyendo la Operación Arashi, la baza secreta de Japón para ganar la guerra utilizando los mayores submarinos construidos hasta el momento.
La armada japonesa había desarrollado un gigante increíble para la época: El submarino de la clase Sen Toku. Un sumergible que, con más de 120 metros de eslora, era capaz de dar la vuelta al mundo una vez y media sin asistencia de ningún tipo.
Aunque
el plan inicial era construir dieciocho de estos colosos, a Japón tan
solo le dio tiempo de construir tres de ellos antes de que la guerra
acabara. Su tamaño era tal que en sus bodegas era capaz de albergar hasta tres hidroaviones de tipo Aichi M6A Seiran que se sacaban y se recuperaban del mar mediante una grúa eléctrica de más de ocho metros.
El I400 era capaz de albergar 3 hidroaviones listos para despegar
Eran tan asombrosos que cuando se rindieron y fueron confiscados por la marina de Estados Unidos, el miedo se apoderó de los americanos… La guerra había terminado pero… ¿Qué ocurriría si esa tecnología japonesa cayera en manos de los rusos?
Las inspecciones que se realizaron concluyeron que aquellos gigantes sumergibles eran un peligro para el futuro. Doblaban
en tamaño cualquier submarino existente en esa época, eran mucho más
rápidos y su increíble autonomía les permitía colocarse en cualquier
punto del planeta sin fondear en ningún puerto para repostar.
Tan solo unos meses después de la captura del I-400 y de su hermano gemelo el I-401, desde las altas esferas la decisión ya estaba tomada: Los submarinos japoneses debían ser hundidos
para evitar que Rusia pudiera hacerse con ellos. Al año siguiente, en
mayo de 1946 y coincidiendo con la petición de los rusos de inspeccionar
los submarinos capturados, se adelantó a futuros peligros sepultando
sus secretos en el fondo del mar.
Para evitar preguntas
indiscretas por parte del bloque soviético, los americanos negaron
cualquier información al respecto y afirmaron en todo momento que
desconocían la localización exacta de los submarinos… jamás se supo nada
más de ellos.
En 2005, casi sesenta años después de su captura y posterior hundimiento, un equipo de científicos del Laboratorio de Investigación Submarina de la Universidad de Hawaii encontró al I-401 a más de 800 metros de profundidad
junto a las costas de Barber’s Point… la historia volvía a salir a la
luz y tan solo quedaba por descubrir dónde se encontraban los restos de
su buque hermano.
Y esta semana por fin podemos dar por concluida la historia de los submarinos de clase Sen Toku puesto que, de nuevo el mismo equipo de científicos de la Universidad de Hawaii responsable del descubrimiento de 2005 ha localizado el último de los gigantes japoneses: El I-400.
También en aguas de Hawaii y junto a la costa de O’ahu, los investigadores submarinos han descubierto a unos 700 metros de profundidad los restos del gran gigante de los mares.
Si
en 1985 el Dr. Ballard se hizo famoso mundialmente por localizar por
fin los restos del célebre Titanic, hoy bien podemos decir que los buzos
del Laboratorio de Investigación Submarina de Hawaii han descubierto el
Titanic de los submarinos.