Algo que no se hubiera deducido al ver los vítores del público, al cual ella recibió con gestos como de un político durante un mítin; lo que nadie hubiera dicho al verla acercarse al personal de la cárcel que estaba ahí para verla marchar, es que Betty Smithey había pasado 49 de sus 69 años entre rejas por haber estrangulado a un bebé a sangre fría. Nadie hubiera predicho en 1963 que Betty saldría de la cárcel, pero mucho menos con un grupo de seguidores aplaudiéndola.
Pero es posible que en la historia de la presa más longeva de Estados Unidos haya también una moraleja de redención y de hasta dónde puede llegar la compasión de la sociedad. Porque Betty es, sin lugar a dudas, culpable del terrible crimen. En 1963 asesinó al bebé que debía estar cuidando, Sandy Gerberick. No hacía ni una semana que había sido contratada como cuidadora de la pequeña, al noroeste de Phoenix (Arizona). Fue encontrada culpable de asesinato en primer grado y se le sentenció cadena perpetua sin posibilidad de apelar a la libertad condicional.
La ficha policial de Betty SmitheyLa ficha policial de Betty Smithey En su defensa, los abogados indicaron que Betty había sufrido una infancia especialmente dura; que sus padres la ignoraban cuando no estaban abusando de ella (no se especifica en qué sentido) y que sus sucesivos padres adoptivos también la fueron maLa ficha policial de Betty Smitheyltratando. Así se creó lo que ante el juez se describió como "una mujer extremadamente frágil sin capacidad alguna para enfrentarse a las dificultades y que podía volverse psicótica ante un estrés extremo". De hecho, esa es la conducta que mostró Betty durante sus primeros años de sentencia.
Se rebelaba ante toda orden, creaba problemas contra las demás presas cada vez que podía y, entre 1974 y 1981, intentó fugarse hasta cuatro veces.
Lo de la clemencia es un suceso especialmente raro en Estados Unidos: solo se ha dado dos veces en la historia de EEUU, y la última fue en 1989. Las dos veces se le negó. Y así permaneció encerrada hasta junio de este año, cuando el gobernador Jan Brewster decidió reducir la condena de Betty de cadena perpetua a 49 años. Y, efectivamente, le dio la codiciada clemencia. Betty era una mujer libre.
"No encuentro un motivo para seguir reteniéndote aquí. No veo qué valor tiene tenerte controlada y encerrada", le dijo Jesse Hernandez, el hombre a cargo de la junta que debía darle la libertad condicional.
Eso fue en la reunión que se celebraba a las 9 de la mañana. A las cuatro de la tarde, fue liberada. "Qué maravilloso es conducir por la carretera y no ver ningún cable con espinas", dijo una vez en casa. "Tengo tanta, tanta suerte".
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